HERALDICA DEL APELLIDO
INTERPRETACION HERALDICA DE LAS ARMAS CORRESPONDIENTES A LOS APELLIDOS.
La pregunta para el profano es cuándo y en qué circunstancias, se origina la unión entre apellidos y armas, mediante el escudo. Y la respuesta ha venido teniendo diversas argumentaciones, dividiéndose, los autores especialistas en el tema en dos bandos:
Aquellos que se remontan a siglos antes de Jesucristo, sosteniendo que ya griegos y romanos hicieron uso de escudos y linajes y otros fijan el comienzo de su empleo a la época de las Cruzadas y los torneos.
A este respecto, un autor de reconocida garantÃa como GarcÃa Garraffa, señala en su obra "Ciencia Heráldica o de Blasón": "Las armas o armerÃas fueron desde sus orÃgenes y hasta el siglo X solamente jeroglÃficos, emblemas y carácteres personales y arbitrarios, pero no señales de honor o de nobleza que trascendiesen a la posterioridad y pasaran de padres a hijos. Este nuevo significado comenzaron a tomarlo las armerÃas en el siglo X y como consecuencia de los torneos, habiéndose regularizado su uso y perfeccionándose su método y sus reglas en los tres siglos siguientes.
No obstante, como muy acertadamente observa la Gran Enciclopedia en su página 1.136, hasta el siglo XV, con el advenimiento de los reyes de armas, jueces y heraldos, no pudo desembarazarse la heráldica de los usos y tradiciones que tendÃan, desde mucho tiempo atrás, a constituirla. Fue entonces cuando adquirió las reglas precisas asà como un lenguaje especial que permitiera describir, con la mayor exactitud, sin el auxilio de las figuras, las armerÃas más complicadas. En un principio, y durante mucho tiempo, fue la heráldica un arte esencialmente práctico a los heráldicos profesionales, pero a contar del siglo XVII, y mucho más en nuestros dÃas, la heráldica ha ido tomando cuerpo entre las ciencias auxiliares de la historia y su conocimiento viene a ser indispensable al historiador, al arqueólogo y al biógrafo.
Costa y Turell, en su "Tratado completo de la Ciencia del Blasón" (Barcelona 1.858), dice:
"No debe creerse que el estudio de la ciencia del blasón es sólo útil y exclusivo para los nobles. Suponerlo serÃa cometer un grave error. Los historiadores, los poetas, los novelistas y, sobre todo, los escultores, los pintores y arquitectos, deben saber blasonar los escudos que les pidan y los que encuentren a su paso. Sin ésto, unos y otros caerán en los errores más cómicos y deplorables: cómicos cuando estos errores sólo sirven para demostrar las equivocaciones en esta materia y la ignorancia sobre la misma; deplorables cuanto pueden contribuir a deformar la verdad histórica".
Blasón y armerÃa son términos heráldicos de igual alcance puesto que ambos responden a una misma idea y representan las insignias hereditarias compuestas de figuras y atributos determinados, concedidos por la autoridad o el principe en recompensa de determinado servicio y como marca o distintivo del linaje premiado.
No obstante, constituirÃa un error suponer que todos los escudos han sido en su origen significativos y otra equivocación atribuirles a todos el carácter de una merced regia o de un premio otorgado por una autoridad soberana. La inmensa mayorÃa de los escudos, fueron adoptados, libérrimamente, por los caballeros y sus linajes.
Es claro que en los primeros tiempos y sin existir norma alguna que especificase el uso y significado de cada elemento, los que aplicaban a sus escudos de guerra o al blasón de sus casas, figuras u objetos lo hacÃan a su libre albedrÃo y sin razón alguna que justificase, más que de una forma personal, la situación o emblema que se adoptaba. Por ello, es, en muchos casos, imposible para el heraldista, conocer el por qué de tal o cual sÃmbolo que figura en determinado escudo, y aún mucho menos la razón de su situación dentro del mismo, a no ser que con posterioridad, y ya con la intervención de algún Rey de armas o heraldo, se corrigiese aviniendose a las normas por las que se rige la Heráldica.
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La pregunta para el profano es cuándo y en qué circunstancias, se origina la unión entre apellidos y armas, mediante el escudo. Y la respuesta ha venido teniendo diversas argumentaciones, dividiéndose, los autores especialistas en el tema en dos bandos:
Aquellos que se remontan a siglos antes de Jesucristo, sosteniendo que ya griegos y romanos hicieron uso de escudos y linajes y otros fijan el comienzo de su empleo a la época de las Cruzadas y los torneos.
A este respecto, un autor de reconocida garantÃa como GarcÃa Garraffa, señala en su obra "Ciencia Heráldica o de Blasón": "Las armas o armerÃas fueron desde sus orÃgenes y hasta el siglo X solamente jeroglÃficos, emblemas y carácteres personales y arbitrarios, pero no señales de honor o de nobleza que trascendiesen a la posterioridad y pasaran de padres a hijos. Este nuevo significado comenzaron a tomarlo las armerÃas en el siglo X y como consecuencia de los torneos, habiéndose regularizado su uso y perfeccionándose su método y sus reglas en los tres siglos siguientes.
No obstante, como muy acertadamente observa la Gran Enciclopedia en su página 1.136, hasta el siglo XV, con el advenimiento de los reyes de armas, jueces y heraldos, no pudo desembarazarse la heráldica de los usos y tradiciones que tendÃan, desde mucho tiempo atrás, a constituirla. Fue entonces cuando adquirió las reglas precisas asà como un lenguaje especial que permitiera describir, con la mayor exactitud, sin el auxilio de las figuras, las armerÃas más complicadas. En un principio, y durante mucho tiempo, fue la heráldica un arte esencialmente práctico a los heráldicos profesionales, pero a contar del siglo XVII, y mucho más en nuestros dÃas, la heráldica ha ido tomando cuerpo entre las ciencias auxiliares de la historia y su conocimiento viene a ser indispensable al historiador, al arqueólogo y al biógrafo.
Costa y Turell, en su "Tratado completo de la Ciencia del Blasón" (Barcelona 1.858), dice:
"No debe creerse que el estudio de la ciencia del blasón es sólo útil y exclusivo para los nobles. Suponerlo serÃa cometer un grave error. Los historiadores, los poetas, los novelistas y, sobre todo, los escultores, los pintores y arquitectos, deben saber blasonar los escudos que les pidan y los que encuentren a su paso. Sin ésto, unos y otros caerán en los errores más cómicos y deplorables: cómicos cuando estos errores sólo sirven para demostrar las equivocaciones en esta materia y la ignorancia sobre la misma; deplorables cuanto pueden contribuir a deformar la verdad histórica".
Blasón y armerÃa son términos heráldicos de igual alcance puesto que ambos responden a una misma idea y representan las insignias hereditarias compuestas de figuras y atributos determinados, concedidos por la autoridad o el principe en recompensa de determinado servicio y como marca o distintivo del linaje premiado.
No obstante, constituirÃa un error suponer que todos los escudos han sido en su origen significativos y otra equivocación atribuirles a todos el carácter de una merced regia o de un premio otorgado por una autoridad soberana. La inmensa mayorÃa de los escudos, fueron adoptados, libérrimamente, por los caballeros y sus linajes.
Es claro que en los primeros tiempos y sin existir norma alguna que especificase el uso y significado de cada elemento, los que aplicaban a sus escudos de guerra o al blasón de sus casas, figuras u objetos lo hacÃan a su libre albedrÃo y sin razón alguna que justificase, más que de una forma personal, la situación o emblema que se adoptaba. Por ello, es, en muchos casos, imposible para el heraldista, conocer el por qué de tal o cual sÃmbolo que figura en determinado escudo, y aún mucho menos la razón de su situación dentro del mismo, a no ser que con posterioridad, y ya con la intervención de algún Rey de armas o heraldo, se corrigiese aviniendose a las normas por las que se rige la Heráldica.
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